Recuerdo una noche hace poco más de un año, en la que, casualidades de la vida, nos juntamos gente que no solemos coincidir.
Todos los que estábamos allí teníamos conocidos en común y resultó que acabamos hablando de ellos y de sus historias. Sin ningún afán de criticar -entre tragos y un kinito que se suspendió en cuanto la trama tuvo interés, y más bien por la sensación de que en ese puzzle había piezas que no encajaban- cada uno empezó a contar lo que sabía, bien porque se lo había dicho fulanito o bien porque oyó como se lo contaban a menganito.
Después de un rato de charla, descubrimos que, efectivamente, a cada uno le habían dejado conocer algunos de los detalles y le habían escondido otros. Cada una de las versiones, en principio, tenía un cierto sentido y parecía real pero no resultaba del todo coherente y así fue, atando cabos, hablando y dejando hablar, como llegamos a la conclusión de que cada uno de los protagonistas se había guardado los detalles que más lo incriminaban o más vergüenza le hacían sentir.
Es normal que dependiendo de la persona a la que le cuentes algo y la confianza que puedas tener con ella, reveles más o menos, pero tampoco es de extrañar, que si alguna de las partes de la historia se cae por su propio peso y, casualidades de la vida, nos juntamos gente que no solemos coincidir, hablemos de ello.
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